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Por favor, no seas optimista

Mucho hemos hablado en este blog sobre las investigaciones que se han hecho en relación al tema del optimismo, de sus grandes beneficios y también de la forma en la que podemos integrar estrategias para incrementar nuestros propios niveles de positividad. Sin embargo, el día de hoy quiero hablarte de un concepto que Martin Seligman, el padre de la psicología positiva, llama “optimismo flexible”.

El optimismo flexible hace alusión a la capacidad de decidir en qué situaciones utilizar optimismo y en cuáles el pesimismo nos puede, incluso, ser útil. Por ejemplo: si estamos en una relación de pareja en la cual sentimos incomodidad desde hace varios años, el pensar de manera optimista puede llevarnos a creer que las cosas algún día cambiarán o que nos hace falta implementar una nueva estrategia, aunque llevemos miles de cambios. Tal vez en esa situación, con un poco de pesimismo, podemos imaginar que esta incomodidad no se quitará y optar por terminar con esa relación.

Otro ejemplo puede ser en las decisiones que los papás o las mamás tienen que tomar con sus hijos. Pensemos que nuestra hija se quiere quedar a dormir en casa de una amiga que no conocemos o que no conocemos a su familia. Por definición, el pensamiento optimista nos llevaría a pensar que las cosas van a salir bien del todo. Por otro lado, incorporar un poco de pesimismo nos ayudaría a listar los posibles peligros y entonces tomar acción al respecto.

Esta visión, la del optimismo flexible, en ocasiones puede causar confusión en las personas. Una vez una alumna me dijo, ¿¡cómo, entonces el optimismo no sirve!? Si pensamos que el optimismo es una receta de cocina o una regla inflexible, la respuesta es: no. Pero si pensamos que el conocer este tema nos da la opción de elegir nuestro pensamiento, ¡entonces es muy funcional! Y qué más valioso que tener la opción de decidir. Los temas que esclavizan, sea el tema que sea, eliminan el derecho que tenemos a poder decidir y con ello a responsabilizarnos de nuestras propias acciones.

Así que, hacer un balance entre el optimismo y pesimismo puede enriquecer de manera significativa nuestra vida. La investigadora Bárbara Fredrickson junto con su colega Losada, han determinado que un equilibrio saludable entre optimismo y pesimismo es el 3 a 1, el primero sería el pensamiento optimista.  No se trata ahora de llevar una lista rigurosa, sino de asumir nuestras propias decisiones y con ello ser fieles a asumir nuestra existencia con responsabilidad y plenitud.

 

Alejandra Lopez
Alejandra Lopez
Directora del Instituto del Desarrollo Óptimo, especialista en Educación y Felicidad.
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