Durante mucho tiempo, la imagen que tenemos de nosotros o de nosotras mismas ha sido objeto de estudio de la psicología. Todas las personas tenemos ciertas ideas en relación a cómo somos, cuáles son nuestros valores, qué habilidades tenemos desarrolladas, que tan atractivos consideramos que somos, etc. Esta imagen que tenemos a veces nos ayuda a disfrutar la propia vida y a alcanzar nuestras metas y en otras ocasiones trae consigo mucha frustración.
A qué se debe esta diferencia, por qué algunas veces las personas nos sentimos cómodas con nosotras mismas y en otras ocasiones nos juzgamos de manera rígida y sentimos incomodidad de ser la persona que somos. Una posible respuesta es que basamos dicha autoimagen en conceptos utópicos o ideales. Nos casamos con ideas como: “no soy buena para las relaciones de pareja”, “nunca voy a ser tan bonita como mi hermana”, “no soy tan alto como yo quisiera”, “no tengo buena plática con las mujeres”. Es un tanto obvio que estas ideas dañan nuestra autoimagen, pero el impacto de las frases “positivas” también puede ser bastante dañino: “soy tierna y linda”, “soy muy respetuosa”, “soy una buena persona”, “soy muy responsable”, “soy puntual”. Qué de negativo pueden tener estas aseveraciones, en sí mismas nada, pero cuando las aterrizamos en la vida cotidiana ocurre una situación indiscutible: son imposibles. Sí, imposibles de llevarse a cabo en su totalidad, todo el tiempo, todos los días de nuestra vida. Si me creo o me caso con la idea de que bajo cualquier circunstancia “soy tierna y linda”, puede que me sienta terriblemente mal el día que ponga un límite firme a alguna persona. Poner límites es algo muy saludable, pero puede ser malinterpretado si tomamos como referencia estas ideas fijas acerca de nosotras mismas, como por ejemplo, que soy tierna y linda.
Pero, ¿de dónde viene esta tendencia que tenemos las personas a buscar la perfección? Uno de sus orígenes se remite a las concepciones filosóficas, Tal Ben Shahar en su libro “La búsqueda de la felicidad” nos habla acerca de dos filósofos que han trascendido hasta nuestros días: Platón y Aristóteles. A grandes rasgos, para Platón, lo más importante era el mundo de las ideas, el aspirar a alcanzar la utopía. Hace poco una querida alumna me dijo, claro, “el amor platónico”, ese utópico. Por otro lado y en contraste, Aristóteles privilegia la experiencia antes de las ideas. Es decir, lo más importante es la vivencia personal de cada una de las situaciones. En palabras del propio Tal: “pagamos un precio emocional extremadamente alto por negar la realidad”, y esta realidad es que somos imperfectos.
Esto no significa que porque asumamos la realidad de que somos imperfectos vamos a renunciar a nuestros valores o aspiraciones, al contrario, las personas que suelen aceptarse desde la no-perfección tienden a alcanzar mucho más fácilmente sus metas y a sentirse más felices. Y concretamente, las consecuencias de aceptarnos desde la imperfección implicarían:
Con ello, podemos tener un autoconcepto mucho más comprensivo, flexible y estar conscientes de que la imperfección está presente, que tenemos derecho a ser imperfectos. De esta forma estaremos cultivando nuestra generosidad y también nos estaremos alejando de la sensación de frustración y rechazo a nosotras mismas.
Finalmente, algo muy importante a considerar es que, desde una postura mucho más Aristotélica, es posible vivir con nosotros mismos de una manera mucho más amorosa y con menos aspiraciones a la perfección.
Enviar WhatsApp