El tema de las fortalezas o fortalezas de carácter, para decirlo de manera completa, ha sido un concepto central dentro de la Psicología Positiva (la ciencia que estudia el desarrollo óptimo de las personas, los equipos de trabajo y los pueblos) y se ha convertido en un parteaguas en la perspectiva de la psicología en general. Una de las razones principales por las que la teoría de fortalezas ha tenido tanta popularidad es porque, a diferencia del enfoque tradicional, trabajar con las fortalezas nos permite lograr la excelencia. Antes se pensaba que a través de la “curación” de ciertas patologías íbamos a desarrollar nuestro potencial, dicho de otra manera, que acabar con la depresión iba a traer por consecuencia inmediata la felicidad (el desarrollo óptimo). Sin embargo, esto no es así, para llegar a la excelencia se necesita conocer los caminos para lograrlo y uno de los más importantes, sin duda, es el de las fortalezas.
Podemos definir una fortaleza como un rasgo positivo, una característica valorada socialmente que nos permite funcionar de manera óptima. En este sentido, existen diferentes clasificaciones y nomenclaturas dentro del mundo de las fortalezas. Una de las más utilizadas es la que creó el padre de la Psicología Positiva, Martin Seligman, junto con su colega Christopher Peterson. A continuación te muestro dicha nomenclatura.

Ahora bien, el día de hoy quiero comentarte las dos ideas que considero son las más poderosas detrás de esta teoría de fortalezas:
- La primera de ellas es la diferencia entre la “mentalidad fija” y la “mentalidad de crecimiento”. Primero empecemos por definirlas. La mentalidad fija es aquella que nos lleva a generar juicios totalitarios, a definirnos de una forma que no puede cambiar, por ejemplo: “no soy buena para los negocios”, “nunca tendré suficiente dinero”, “las relaciones de pareja no se hicieron para mí”. Por el contrario, la mentalidad de crecimiento nos permite encontrar alternativas ante los retos o las diferentes circunstancias de la vida cotidiana. Siguiendo los ejemplos anteriores: “mi forma de hacer negocios es diferente a la de mi primo el empresario”, “si me organizo mejor, podré tener los ahorros que deseo”, “en mis relaciones de pareja anteriores, había sido muy inflexible y controladora, ahora he aprendido a ser más tolerante y a ponerme en los zapatos de la otra persona antes de exigir de manera arbitraria lo que necesito”. En esta primera idea me parece que radica gran parte de la grandeza de los seres humanos, en nuestra capacidad de crecer y de aprender. Si echamos un vistazo al pasado, probablemente podamos ver que la persona que éramos hace unos años no es la misma que la que es ahora, tal vez nuestra esencia permanece, pero muchas otras cosas no. Desde la ciencia de las fortalezas podemos decir que podemos ocupar nuestros talentos (esencia) para desafiar esas ideas fijas y salir fortalecidos al expandir nuestra propia conciencia acerca de quiénes somos y qué podemos lograr.
- La segunda idea que me parece muy poderosa está dividida en dos partes. La primera de ellas se trata de identificar cuáles son las fortalezas que tenemos más desarrolladas. Quizá en este momento te gustaría echarle nuevamente un vistazo a la tabla anterior y ver cuáles serían las 5 fortalezas que más te caracterizan. La ciencia señala que dichos rasgos positivos son los que te van a llevar a la excelencia, a brillar y a mejorar como persona y también te van a permitir aportar al mundo. Lo ideal es que en tus metas y sueños más grandes encuentres la forma de aprovechar esas primeras fortalezas. Por ejemplo: si quieres ser maestra y tienes muy desarrollado el amor, la creatividad y la gratitud, ¿cómo puedes desarrollarlas aún más para llegar a ser una maestra que se distinga por su propia combinación de fortalezas? ¿Cómo puedes dejar de querer ser como la directora de la escuela que tiene otras fortalezas? No hay una única forma de ser maestra en el mundo, lo importante es aprovechar nuestras propias fortalezas. Y la segunda parte: puedes desarrollar cualquier fortaleza que te propongas, hasta la que tienes menos desarrollada. Esto no significa que se va a convertir en tu fortaleza número uno, pero sí te va a permitir algo esencial: el poder elegir, ante las diferentes situaciones de la vida, tu postura. Esta capacidad de elegir es parte medular de nuestra dignidad como seres humanos. A cada instante tenemos la capacidad y la responsabilidad de elegir qué fortaleza usar y de esta forma hacer valer nuestra libertad. Piensa por ejemplo en alguna situación en la que has usado una fortaleza, de las que no tienes tan desarrolladas, y que te ayudó de manera significativa para ese momento en particular. Por ejemplo: una persona que no suele ser muy prudente en una ocasión me contaba que decidió quedarse con información que pensó que podía deteriorar una relación entre dos amigas cercanas. En otras ocasiones, ella había elegido, ante cosas similares, usar su fortaleza número uno: valentía, pero gracias al aprendizaje previo, en la ocasión mencionada decidió cambiar por prudencia. En este caso, la reflexión puede llevarnos a elegir qué fortaleza usar,aunque no sea nuestra número 1, podemos hacer uso de ella.
En resumen, trabajar con nuestras fortalezas nos puede ayudar a lograr la excelencia a partir de conocer y desarrollar nuestras fortalezas principales, hacer valer nuestra libertad a partir de elegir qué fortaleza usar en cada momento de nuestra vida, aprender de nuestros errores y no casarnos con mentalidades fijas para potenciar nuestro crecimiento como seres humanos y de esta forma no sólo crecer de manera individual, sino de manera colectiva.