Seamos honestos, hay días que realmente son incómodos, de esos en los que levantarse de la cama parece más un ritual de tortura que una actividad rutinaria. Sales de casa y el día simplemente parece estar más gris de lo normal, el ruido es particularmente insoportable y la gente… ¡la gente! Volteas hacia arriba y piensas que sólo podría haber una explicación para todo esto, y es que el universo haya conspirado para hacerte el día totalmente miserable. Sin embargo, ocurre algo inesperado: te encuentras con alguien que, contra todo pronóstico y probabilidad, resulta agradable. De hecho, su tonalidad grisácea pareciera ser un poco más…colorida y su boca dibuja una sonrisa tan peculiar que no puedes evitar imitarla en forma de una discreta mueca. Tu día no ha quedado solucionado pero, al menos, se ha vuelto menos desagradable.
Aunque esta sea una anécdota personal generalizada, estoy seguro que todos hemos tenido días así de grises en algún momento de nuestras vidas. Y es que es justo en estas situaciones en las que una sola persona puede, casi milagrosamente, llegar a voltear un mal día y convertirlo en, por lo menos, un día normal. Por eso, en esta ocasión compartiré con ustedes tres formas que ayudan a convertirse en esa persona que puede llegar a alegrar el día de los demás y, de paso, alegrarse el suyo.
La primera es bastante sencilla: sonríe más. Sí, así es, sonríe ya que, como descubrió un equipo de investigadores de la UCLA (Universidad de California en Los Ángeles) en 2010, los humanos contamos con un grupo de neuronas particulares llamadas “neuronas espejo” que, cuando somos pequeños, nos ayudan a aprender los movimientos de nuestras figuras de autoridad a través de la imitación. Sin embargo, con el tiempo, ellas se mantienen en nuestro cerebro debido a que nos permiten desarrollar y reforzar la empatía, la cual resulta una ventaja evolutiva puesto que son las responsables de generar relaciones interpersonales más profundas y más productivas. De hecho, es gracias a las neuronas espejo que casi todos tenemos el reflejo involuntario de bostezar después de haber visto a alguien más hacerlo (a mí me pasa hasta viendo a un perro bostezar). De la misma manera, cuando ves a alguien sonreír tu cerebro activa estas neuronas y terminas sonriendo involuntariamente o, al menos, como mencioné antes, provoca que externes una ligera mueca. Además, como menciona Amy Cuddy (2012) en su conferencia TED “Your body language may shape who you are”, sonreír, aunque sea de manera forzada, puede provocar la liberación de dopamina en el cerebro, el neurotransmisor responsable de nuestros estados de satisfacción y bienestar. Así que recuerda sonreír mucho, porque tu sonrisa no sólo es tan contagiosa como tus bostezos, sino que además estimula tu cerebro para sentirse más feliz y más satisfecho.
La segunda forma para incrementar la felicidad pareciera bastante intuitiva, pero en realidad no lo es tanto: ofrécete a ayudar a los demás. Quizá parezca obvio que, no importa a quién le eches una mano, tu servicio contribuirá al bienestar de dicha(s) persona(s). Después de todo, ¿a quién no le viene bien un poco de ayuda de vez en cuando? Sin embargo, existen excepciones en las que nuestro apoyo no tendrá el efecto deseado, ya que habrá gente que no necesite ser ayudada, aunque así lo parezca; o que no quiera ayudada, quizá por desconfianza, por orgullo o simplemente porque el reto que tienen enfrente es un desafío que quieran superar solos con el fin de poner a prueba sus propias fortalezas. Y es precisamente por esto que recalco la palabra ‘ofrécete’, ya que, de esta manera, se crea un filtro muy sencillo pero altamente efectivo: quien quiera o necesite ser ayudado aceptará la propuesta gustoso y contribuirás irremediablemente a su bienestar; y quien no, simplemente te lo hará saber y, por lo menos, se quedará con la idea de que hay alguien allá afuera dispuesto a echarle una mano. En ambos casos, te aseguro que el hecho de haberte ofrecido a ayudar te hará sentir útil y satisfecho de haber aportado valor a la vida de alguien más.
Por último, la tercera forma de compartir tu felicidad, creo yo, podría ser la más poderosa de las tres. De hecho, incluso el filósofo Alain de Botton -en su artículo “What Everybody Wants”-, menciona que es como un verdadero superpoder que podemos utilizar, y que funcionará invariablemente, en cualquier persona y en cualquier momento: nuestra capacidad de dar consuelo. ¿Y cómo es que puedo compartir mi felicidad a través del consuelo? Bueno, quizá ya lo sepas, pero todos nos vemos constantemente abrumados por la confusión (lo cual es completamente natural, ya que nuestra mente está hecha para cuestionarlo todo): desde dudas sobre distintos aspectos de nuestra vida -como la valía de nuestra existencia o la moralidad de nuestras acciones- hasta preocupaciones y ansiedades sobre el futuro que, racionalmente, carecerían de fundamento. En pocas palabras, eso quiere decir que todos nosotros cargamos siempre con, al menos, un ápice de inseguridad e incertidumbre; lo cual, a su vez, ocasiona que también haya un pequeño deseo de que alguien, sin importar quién, nos diga algo dulce o bondadoso; de que alguien nos recuerde que tienen fe en nuestro actuar; o, simplemente, que alguien empatice con nosotros y nos haga saber que, de alguna u otra manera, está de nuestro lado. De la misma forma, cualquiera de nosotros tiene también la capacidad de ser ese alguien y poder brindar ese pequeño consuelo que todos, por poco o mucho que sea, anhelamos. De hecho, te invito a ponerlo a prueba con alguien a quien estimes pues, aunque sea un pequeño consuelo, puede puede llegar a tener efectos decisivos: compártele que, en algún momento, mencionó un comentario que se quedó impregnado en tu mente por lo elocuente que fue; enumérale las cualidades de él/ella que admiras de verdad; hazle saber que entiendes que, quizá, los últimos meses no han sido tan fáciles de afrontar o, sencillamente, recuérdale genuinamente cuánto la/lo estimas y, si es posible, también dile el porqué (le dará mucho más profundidad y significado). Te aseguro que, por pequeño que sea el detalle, el impacto que causarás será muy evidente y, de paso, la satisfacción de causar una diferencia positiva en alguien más será incomparable.
Para finalizar, me gustaría invitarte a recordar qué es lo que has sentido cuando has hecho algo positivo por alguien más o has ayudado a dibujar una sonrisa en el rostro de una persona que estimas. Apuesto a que te sentiste satisfecho. Y eso sólo me lleva a imaginar… cuestionar… ¡pensar! que quizá -y sólo quizá- no exista mejor forma de incrementar nuestra propia felicidad, que contribuyendo, como sea, al incremento de la de los demás.
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