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¿Cómo ser realmente feliz?

Como he dicho antes, hay muchas maneras de definir la felicidad. Sin embargo, hay una técnica que funciona muy bien para reinterpretar aquellas historias que nos están impidiendo ser felices, independientemente de cuál sea nuestro ideal. Empecemos.

Cada uno de nosotros tiene dentro de su inconsciente uno o varios paradigmas que se formaron a raíz de experiencias pasadas y que definen qué circunstancias deberían causarnos qué emociones. Por ejemplo, cuando yo era pequeño, mi familia gozaba de vez en cuando de periodos de abundancia económica en los que a todos se les notaba más felices y relajados y un distintivo de dichos lapsos era que salíamos a comer hamburguesas juntos, por lo que crecí amando las hamburguesas porque las relacionaba con un estado de estabilidad y bienestar familiar. Por otro lado, en mi adolescencia conocí a un amigo que aborrecía las hamburguesas. Por curiosidad, le pregunté por qué y entonces él me explicó que su disgusto se debía a que, cuando era pequeño, su familia gozó en general de un buen nivel socioeconómico, pero en algún momento se les atravesó un periodo de carencia muy marcado. Tanto, que su mamá trataba de compensarlo preparándoles hamburguesas. Sin embargo, él igual se daba cuenta del estrés y preocupación de sus padres ante la difícil situación, por lo que creció aborreciendo dichas hamburguesas al relacionarlas inconscientemente con tiempos de crisis económicas familiares profundas.

Quizá mi amigo exageraba, pero como podrán ver, lo que definía la emoción que sentíamos al comer hamburguesas no dependía realmente de si estaban ricas o no, si no de la relación que cada uno formaba en su mente entre la hamburguesa y la posibilidad económica que nuestras familias tuvieron en determinados momentos, así como los comportamientos que venían acompañados de dichas situaciones. Es decir que, de alguna manera, proyectábamos esas situaciones del pasado a nuestro presente como si creyéramos inconscientemente que el comernos una hamburguesa volvería a causar aquellas situaciones con las que las relacionábamos.

De la misma forma, la mayoría de nuestras reacciones, gustos, disgustos, etc. están definidos por proyecciones de situaciones vividas durante nuestra infancia (o simplemente en el pasado) y que nos forjaron para ser, actuar y sentirnos de la forma en la que lo hacemos ahora. Entonces ¿eso quiere decir que estamos limitados a ser, actuar y sentirnos de determinadas maneras y que esos patrones no se pueden cambiar? No, por supuesto que no. Existe un método que nos ayuda a hacernos 100% responsables de nuestras vidas.

¿Y qué significa ser 100% responsables? Se los explicaré a continuación: la mayoría de nosotros constantemente nos  pasamos responsabilizando a los demás por cómo somos -“soy así porque mis papás me hicieron así”-, cómo actuamos -“él no me dejó opción, tuve que hacerlo”- o cómo nos sentimos -“es que ella me hizo enojar”-. Al final, aunque parezca más cómodo responsabilizar a los demás por nuestra forma de ser, por nuestra forma de actuar o por nuestra manera de sentir, esto termina por convertirse en una esclavización auto-impuesta, ya que es como si dejáramos nuestra vida a total merced de la voluntad de los demás y a nosotros sin ningún poder para hacer algo al respecto. Por otro lado, cuando nos  hacemos conscientes de que cada uno de nosotros tenemos la capacidad de decidir cómo responder o reaccionar ante todas (y quiero decir realmente casi todas) las personas o situaciones que se crucen en nuestro camino, nos volvemos capaces de moldear nuestra vida a nuestro antojo. 

Para ilustrarlo mejor, les compartiré mi ejemplo personal de responsabilidad: durante mi infancia mis padres estaban separados y yo vivía solo con mi mamá. Debido a esto, ella siempre tuvo que quedarse hasta tarde trabajando y yo usualmente me quedaba en la escuela o con mis abuelos hasta tarde. Obviamente, crecí resentido por esta situación y siempre la responsabilizaba a ella y a mi padre por mi sentimiento de soledad y por “no quererme lo suficiente como para estar más tiempo conmigo”. Lo peor no era el chantaje, sino que realmente lo creía y eso hacía que yo fuera inseguro y tímido en los demás aspectos de mi vida. Esto fue así hasta que, aproximadamente a los 16 años y gracias a un libro budista llamado “El Tercer Ojo”, me di cuenta que el único que se hacía daño al pensar todo eso era yo. Por lo que decidí tomar las riendas de mi vida y hacerme 100% responsable de mis propios sentimientos y emociones. Para empezar, logré entender que mis padres no habían podido estar conmigo tanto como a mí me hubiera gustado porque tenían que trabajar lo suficiente como para pagarme la educación de calidad que estaba recibiendo y que, aunque pudieron hacer mejor algunas cosas, yo no tenía ningún derecho a reclamarles nada porque, para empezar, también eran humanos y, como yo, se podían equivocar. De hecho, en vez de seguirlos viendo como los malos de la historia, me di cuenta de lo afortunado que había sido al tenerlos como progenitores y cuánto tiempo había perdido por decidir constantemente verlos como los villanos de la película. En resumen, cambié mi perspectiva ante ellos de “los malos padres que no me querían lo suficiente como para estar conmigo” a “los maravillosos padres que me querían lo suficiente como para esforzarse por darme una mejor vida”. Aunque parezca pequeño y simple, este cambio en mi diálogo interno obró maravillas en mí, pues no sólo mejoró muchísimo la calidad de la relación con mis padres, sino que además me permitió ganar una seguridad y una alegría que yo había dado por perdidas hace tiempo, pues en vez de seguir pensando “soy inseguro e infeliz porque mis padres no estuvieron conmigo lo suficiente”, decidí cambiarlo por “yo tengo la libertad de decidir cómo ser y quiero ser un hombre alegre, feliz y seguro de sí mismo”.

Aunque los resultados no sean inmediatos, sin duda mejorarán la calidad de vida de cualquiera en un gran porcentaje. Es como recobrar nuestro poder personal. Y es que la grandiosa virtud de la responsabilidad es como la mamá de la libertad, pues nos libera de la tiranía de nuestros impulsos, del sometimiento a nuestro pasado y de la opresión de nuestro propio inconsciente. Nosotros tenemos, literalmente, el poder de moldear nuestra vida a nuestro antojo. Como decía el psiquiatra judío sobreviviente al holocausto nazi Victor Frankl en su libro ‘El Hombre en Busca de Sentido’: “La más grande libertad humana es la capacidad que tenemos de decidir nuestra actitud ante la vida”. Y si él, después de haber sufrido en carne propia una de las etapas más oscuras y crueles de la humanidad pensaba eso, creo que algunos de nosotros podríamos dejar de quejarnos un poco y empezar a ejercer nuestra responsabilidad ante la vida, ganando nuestra verdadera libertad y felicidad en el proceso. 

Por último, para hacer más difícil de asimilar este proceso, les comparto la técnica descrita por Martin Seligman en su libro “Aprenda Optimismo” . Lo que él sugiere es que primero se reconocer una emoción incómoda, por ejemplo: tristeza, resentimiento, culpa, etc. Posteriormente, recomienda que se identifique el hecho que la origina así como sus ideas al respecto. El esquema de esta reflexión quedaría algo así:

A (Hecho)

B (Origen/Ideas al respecto)

C (Consecuencia emocional)

A- Mis papás se separaron y no pasan tiempo conmigo.

B- No me quieren lo suficiente, no se esfuerzan por estar conmigo.

C- Desolación y tristeza.

El siguiente paso sería cuestionar las ideas que tenemos al respecto (B). Siguiendo el ejemplo de arriba: “¿Que mis padres se hayan separado significa que no me quieren lo suficiente?”, “¿es cierto que no se esfuerzan por estar conmigo?” Al cuestionar estas ideas se vislumbra su falta de objetividad y entonces es posible cambiarlas y, en consecuencia, nuestra emoción también cambia. Y el ejemplo procesado quedaría así:

A- Mis papás se separaron y no pasan tiempo conmigo.

B- Es difícil encontrar un equilibrio entre el trabajo y la familia, al igual que es complicado ser mamá y papá solteros.

C- Compasión y entendimiento.

El resultado es completamente diferente, ¿cierto? Esta es una forma práctica de aplicar y practicar nuestra responsabilidad. Como nota final, quisiera subrayar que sólo hay una excepción para el cambio de paradigma bajo este modelo identificado por los investigadores Shatte y Reivich (alumnos de Seligman), la cual plantean en su libro “El factor resiliente” y aplica en los casos en los que sí existan circunstancias en las que A y B sí estén relacionados. Por ejemplo abusos recientes o situaciones violentas particulares. En estos situaciones, más vale darse el permiso de ser humanos, vivir las emociones dolorosas y más adelante, resignificarlas si así lo consideramos prudente. 

Yves Miguel Silva González
Yves Miguel Silva González
Un joven que cree que la vida puede ser maravillosa si nos atrevemos a tomar la responsabilidad de nuestro ser a través de nuestra mente, cuerpo y emociones.
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