La mayoría de las personas cuando escucha el término perfeccionista se imagina a alguien sumamente pulcro, estructurado, ordenado y obsesionado con la excelencia en todos los aspectos de su vida. Aunque el ejemplo sí califica para serlo, no es la única forma en la que se expresa. Casi todos tenemos un dejo perfeccionismo que actúa de manera sutil y termina por disminuir la calidad de nuestra vida. A continuación veremos cómo podemos identificar si somos perfeccionistas y cuáles son las formas de salir de dicha situación.
Según el diccionario, la palabra perfeccionismo quiere decir “tendencia a mejorar indefinidamente un trabajo sin decidirse a considerarlo acabado.” Por supuesto, y como ya muchos de nosotros nos hemos dado cuenta, alcanzar la perfección es un fin ilusorio. ¡Si hasta las máquinas más sofisticadas del mundo tienen una medida de rango de error en sus especificaciones técnicas!
Aun así, en el mundo sigue habiendo gente que cree que es posible alcanzar la perfección en su trabajo, en su salud y ¡hasta en sus relaciones de pareja! Pero como constantemente se topan con el duro muro de la realidad, crecen frustradas porque sus expectativas no son alcanzadas y todo este enojo lo expresan en forma de ira, arrogancia e, inclusive, tristeza. De hecho, uno de mis autores preferidos y un verdadero ícono de la Psicología Positiva, Tal Ben-Shahar, habla a fondo sobre el perfeccionismo y su cura en el libro “La búsqueda de la Felicidad”. En él se encarga de compartir las características de una persona perfeccionista, de tal forma que es posible darnos cuenta si lo somos y no nos habíamos dado cuenta. Estas son algunas: visualiza el camino como una línea recta, tiene miedo al fracaso, se concentra en el destino o la meta fijada, suele tener una mentalidad del todo o nada, se mantiene en una actitud defensiva y, usualmente, le busca los defectos a todo. ¿Te sentiste identificado? ¿Sí? Yo tampoco.
Y al principio, esta forma de ser podría no parecer tan mala. Después de todo, el fin justifica los medios y si queremos una vida de ensueño habrá que pensar al menos un poco de esta manera, ¿cierto? La verdad yo no estaría tan seguro. Como el mismo Tal nos lo comparte en su libro, el hacernos expectativas irreales sobre lo que algún día pudiéramos lograr puede llegar a ser peligroso. Por un lado, cuando alcanzamos dichas metas y no cumplen con lo que esperábamos, el impacto emocional puede ser tan fuerte que algunas personas han llegado a quitarse la vida. Por otro lado, la exigencia que ponemos sobre nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestras emociones para lograr determinados objetivos puede llegar a costarnos aún mucho más de lo que vale la recompensa. De hecho, hasta los atletas profesionales tienen estrictos regímenes de descanso para que su cuerpo tenga tiempo para recuperarse e incluso hacerse más ágil o más fuerte.
Con todo esto no quiero decir que perseguir nuestros sueños sea malo o una pérdida de tiempo. De hecho todo lo contrario, creo que dedicarnos a hacerlos realidad es la mejor forma de invertir nuestra vida y nuestro tiempo en este planeta. Sin embargo, también creo que es sabio y prudente ver las cosas como realmente son y no idealizarlas de una forma exagerada creyendo que resolverán nuestros problemas de tajo. Es decir, si quieres ser millonario, ¡vuélvete millonario! Sólo no lo hagas porque crees que te va a dar la vida perfecta, porque no lo hará. No importa a dónde lleguemos o lo que logremos, siempre habrá, al menos, un toque de ansiedad e incertidumbre de algún tipo. Por ello, Tal nos ofrece también una solución que viene bien a cualquiera que sea perfeccionista (tomo nota). Él lo llama “ser Optimalista” y éstas son las principales características de una persona que lo es: ve el camino como un espiral irregular y el fracaso como un mero contratiempo, se concentra en disfrutar del recorrido y del destino, se da cuenta que la vida tiene matices y noes blanca o negra, siempre está abierto a sugerencias, busca beneficios para él/ella y los demás, es indulgente, adaptable y dinámico.
Si aún no eres así, ¡no hay de qué preocuparse! El primer paso es reconocer nuestra situación actual de tal forma que podamos avanzar. Aparte, querer tener todas estas virtudes sería caer de nuevo en el perfeccionismo y ¡es justo lo que estamos tratando de evitar! Así que mejor empieza por practicar alguna de ellas gradualmente, la que se te haga más sencilla, si te cuesta trabajo dejar de ver el mundo en blanco o negro, empieza por abrirte a sugerencias ajenas. Como dijo el célebre filósofo y escritor Voltaire: “Lo perfecto es enemigo de lo bueno”. Y uno nunca sabe, quizá el día que dejemos de querer hacer las cosas perfectas, terminemos por hacerlas lo suficientemente bien.
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