Seré sumamente honesto: la soledad es inevitable. Así es, no importa con quien hablemos o con quien convivamos, eventualmente colgaremos la llamada, eventualmente (cuando acabe la cuarentena) nos acabaremos nuestro café/té y nos despediremos con un abrazo de ese amigo o familiar que extrañamos tanto durante la contingencia y eventualmente, si es que dormimos acompañados, la otra persona probablemente terminará por dormirse primero y sólo quedaremos nosotros, nuestros pensamientos y las inmensas dudas existenciales inherentes a la existencia humana. Y yo creo que eso está genial.
“Pero Yves, ¿estás diciendo que la soledad está bien? ¿No dijiste en tu blog pasado que la soledad era peligrosa?” En efecto dije que era peligrosa si no se hacía algo al respecto. Y convivir con otras personas no es lo único que se puede hacer.
Verán, la verdad es que durante la mayor parte de mi vida fui un grandísimo enemigo de la soledad. En serio, como el número 1.Les explicaré por qué: desde pequeño tuve que aprender a valerme por mí mismo un poco más que los demás niños de mi edad ya que mis padres trabajaban hasta tarde. Esto ocasionó en un fenómeno peculiar: un gran miedo a la soledad, rayando en la eremofobia (fobia a estar solo). Debido a ello me prometí a mí mismo que evitaría estar solo tanto como pudiera conforme fuera creciendo. Intuitivamente, esto significó para mí conservar amistades o relaciones de pareja sin importar cuán destructivas fueran, pues para mí aguantarlas era mucho menos doloroso que estar solo. Como era de esperarse, eso me trajo muchos problemas. Tantos, que llegó un punto en que decidí salirme de casa de mis padres de manera intempestiva. Sí, fue una decisión bastante impulsiva e irresponsable.
Durante mi tiempo fuera pasé por muchas situaciones difíciles y supe verdaderamente lo que era amar a Dios en tierra ajena. Sin embargo, junto con los retos vinieron las enseñanzas y la más grande de todas llegó después de escuchar a Jaggi Vasudev, un gurú hindú, decir una frase que se ha quedado conmigo hasta ahora: “Si sufres cuando estás solo, simplemente es porque estás en mala compañía”. Debido a mi historia de vida estas palabras me golpearon como un rayo. De hecho, me impactaron tanto que me la pasé una semana entera dándole vueltas y reflexionando al respecto. Fue al finalizar dicha semana que finalmente entendí que la soledad no era mala, sino que todo dependía de qué hicieras con ella.
A partir de ahí empecé a investigar cuáles eran las mejores formas de vivir la soledad y las respuestas que sigo practicando hasta la fecha son: la meditación, la contemplación y la introspección. Eventualmente empecé a disfrutar de mi tiempo solo gracias a estas prácticas y ¡eso no es todo! Pues después descubrí que además, ¡este cambio de paradigma me ayudó a disfrutar de mis relaciones aún más! Sobre todo porque ya no estaba dispuesto a tolerar la toxicidad en mi vida y porque al estar con alguien, así fueran amigos y familiares, no tenía que estar temiendo por el momento en el que tuviera que despedirme de ellos. ¡Oh! Y no se preocupen, eventualmente regresé a casa de mi madre pidiendo perdón a toda la familia por todas las preocupaciones y malos momentos que les había hecho pasar. (Hasta la fecha sigo redimiendo mis errores).
De hecho también muchos grandes sabios e intelectuales de la historia como Buda, Jesucristo, Gandhi, Sócrates o Newton llegaron a grandes realizaciones o descubrimientos durante o después de prolongados periodos de soledad. Con todo esto lo que les quiero compartir es que, como casi todo en la vida, la respuesta está en el equilibrio. En este caso, en el equilibrio entre la soledad y la convivencia pues a lo mejor abusar de la soledad puede ser bastante dañino pero una exagerada aversión a ella podría llegar a serlo aún más. Básicamente creo que el problema reside no es tanto el estar solos o acompañados, sino más el cómo decidimos pasar ambas situaciones.
Como nota personal para aprovechar la soledad durante este aislamiento les recomiendo: aprender a meditar (los beneficios físicos, mentales y emocionales de esta práctica son casi innumerables), aprender a tocar un instrumento (tu voz también es un instrumento), hacer introspección (descubrir por qué somos como somos y hacemos lo que hacemos), reflexionar sobre lo que realmente les gustaría hacer con sus vidas (el internet es un gran aliado en eso), leer (de preferencia algo que disfruten), etc. Siendo honesto, las posibilidades son infinitas.
Y recuerden, hagan de ustedes mismos una persona tan maravillosa que se conviertan en la mejor compañía que ustedes mismos pudieran tener.
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