¡¡Entrada No. 20!! Así es, esta es mi veinteava publicación para el Instituto y he de decirles que eso me emociona como no tienen idea porque a lo largo de mi vida me ha costado trabajo mantenerme constante en los proyectos en los que me he involucrado y por eso el hecho de haber llegado a este blog número 20 es algo sumamente representativo para mí. Es como un logro y una señal de que voy por el buen camino y por esa misma razón, me gustaría compartirles que he decidido hacer un conjunto de tres escritos sobre la disciplina y la gratitud dividida en tres partes siendo la de esta ocasión la primera. Espero que la disfruten:
Desde siempre la mayoría de nosotros hemos escuchado que para alcanzar nuestros más grandes sueños una de las habilidades que debemos desarrollar es la de la disciplina. Desde cantantes y estrellas de cine hasta grandes empresarios y científicos han repetido una y otra vez en sus discursos y biografías que el trabajo constante y la disciplina fueron dos grandes factores que los llevaron hasta la cima. Y la verdad es que no lo dudo, pero según el diccionario, la palabra disciplina significa “cumplimiento u observancia de un conjunto de reglas y normas por parte de una persona o de una colectividad”. O, en otras palabras, significa establecer y atarte por un determinado periodo a un plan establecido y claramente delimitado. “Díganme ¡¿Quién en su sano juicio sacrificaría su libertad a largo plazo con el fin de alcanzar una meta cuya satisfacción durará poco tiempo después de lograda?! ¿Qué no han visto cuántas personas famosas y reconocidas terminan locas o escandalizadas?” Sí, así era mi forma de ver la disciplina hace un tiempo que, muy probablemente, me servía más de pretexto que de justificación racional. Y quizá algunos ya lo sepan pero la realidad es que esta perspectiva sobre la disciplina es parcialmente incorrecta y la razón tiene que ver con nuestra naturaleza biológica.
Verán, aunque científicamente seamos categorizados como seres racionales, la verdad es que en la mayoría de ocasiones no es la razón la que termina guiando nuestras vidas, sino componentes más primitivos como los impulsos biológicos remanentes de nuestra evolución natural. -Aquí me gustaría agregar como dato curioso que la teoría de la evolución no dice que vengamos de los monos como tal, sino que tenemos un ancestro en común que vivió hace millones de años. En pocas palabras, los monos más que nuestros antepasados son como nuestros primos lejanos evolutivos.-
Regresando al tema principal… no quiero decir que nuestros impulsos sean malos o haya que suprimirlos, sino por el contrario creo que debemos aprender a educarlos ya que si nos dejamos llevar por ellos, nuestra calidad de vida puede llegar a verse deteriorada notablemente. Y no me refiero sólo a impulsos como la ira o la agresividad, sino también a otros como la flojera (impulso del cuerpo de preservar tanta energía como le sea posible), el estrés (impulso natural de estar constantemente alerta ante cualquier peligro potencial) o hasta los celos (impulso natural de proteger y preservar lo que consideramos nuestro). Como verán, tan sólo con los ejemplos anteriores podemos darnos cuenta de que quizá en general nos dejemos llevar más por nuestra biología y menos por nuestra razón de lo que la mayoría podríamos haber pensado (sí, incluyéndome). Y la verdad es que esto es solo la punta del iceberg, pues la realidad es que casi siempre los obstáculos más grandes que yacen en nuestro camino hacia nuestros más grandes sueños son solamente nuestros propios impulsos.
Por ejemplo, si nuestra meta es adelgazar hasta cierto punto, nuestros dos grandes obstáculos son las ganas de comer cosas dulces, grasosas o altas en calorías (impulso biológico de adquirir tanta energía como sea posible) y la incitación mental a postergar o incluso evitar la actividad física (flojera). O, por otro lado, si nuestra meta es alcanzar una estabilidad económica considerable sin duda el goliat a vencer es nada más y nada menos que la tentación de despilfarrar dinero en cosas innecesarias pero aparentemente satisfactorias (impulso natural de novedad y acumulación en caso de crisis) como ropa o electrónicos.
No me malentiendan, comernos una dona o comprarnos algo de ropa de vez en cuando no le hace mal a nadie, pero cuando queremos alcanzar ciertos objetivos, debemos tener a la mano una estructura o un esquema que nos guíe con instrucciones precisas a través de escenarios llenos de tentaciones y dificultades sin importar las circunstancias internas (cómo nos sintamos, qué se nos antoje) o externas (que haga mal clima o haya ofertas irresistibles). Y es ahí donde la disciplina puede darnos esa estructura o plan trazado y las herramientas para seguirlo sin importar qué. De hecho, es irónico que, desde la perspectiva correcta, la disciplina es un conjunto de reglas que nos ata a un cierto esquema de comportamiento pero a la vez nos libera de nuestros propios impulsos y nuestra propia volatilidad emocional. (Sí, nosotros también somos un sistema en el que la entropía aumenta con el tiempo y que debe ser contrarrestada constantemente). Lo cual, insisto, no es malo. Pero si queremos llegar a ciertos lugares o metas personales necesitamos de cierta estabilidad y dirección por una determinado cantidad de tiempo. Por eso a mí me gusta ver la disciplina como si fuera los rieles del tren que llamamos vida: es cierto que estamos limitados a solo andar sobre ellos pero al mismo tiempo guían nuestro camino y lo hacen mucho menos empedrado.
Para finalizar me gustaría invitarlos a que nos compartieran en los comentarios de abajo sus perspectivas de disciplina y qué efectos ha tenido sobre ustedes el ser o no disciplinados. ¡Y no se preocupen! En la segunda parte de esta trilogía compartiré con formas en las que podemos mejorar nuestra autodisciplina y que a mí me han ayudado muchísimos en varios aspectos. Por lo pronto, recuerden que aunque las metas son sumamente importantes, la mayor parte de la vida se va en el camino y en los procesos para alcanzarlos así que… ¡también permítanse disfrutarlos!
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