Desde que era chiquito, mi familia siempre me definió como un niño sumamente impaciente… y estaban en lo correcto. En ese entonces tenía la idea de que una vez que ocurrieran ciertos eventos mi vida sería perfecta. Dos de los ejemplos que mejor recuerdo son el de un festival escolar de fin de año en el que tenía un papel protagónico (lo cual me hacía estar sumamente nervioso y desear que ya se acabara) y el del estreno de un videojuego que había estado esperando por más de un año (y que las ganas de por fin tenerlo se comparaban a la de un hambre voraz después de no haber comido en todo el día). Como ya se lo imaginarán, después de ocurridos ambos eventos mi vida no tuvo ningún cambio realmente significativo. Incluso recuerdo vívidamente que justo después de que pasaron me sentí muy decepcionado por no haber experimentado el momento mágico que había estado esperando durante tanto tiempo. Eventualmente me di cuenta no solo de que no era el único que solía experimentar aquellas ansias de que llegara un evento particular precedidas por un sentimiento de profunda decepción, sino que también llegué a descubrir que la impaciencia es en realidad una cualidad que está desafortunadamente en auge debido a que vivimos en un mundo cada vez más automatizado, competitivo y confinado. Así que si alguna vez has sentido dicha impaciencia o, como la mayoría, ya estás hart@ de estar encerrad@, la siguiente información podría resultar bastante útil para hacer tus actuales y futuras esperas mucho más amenas e incluso, hasta disfrutables.
Naturalmente el mejor antídoto contra las largas esperas es la paciencia pero… ¿qué es en realidad esta cualidad que constantemente nos suelen recordar nuestros seres queridos al decir “sé paciente, sé paciente”? Según el diccionario, la palabra paciencia significa “calma o tranquilidad para esperar”. Quizá esta definición pareciera no aportar mucha información a simple vista. No obstante, si nos ponemos a analizar más a fondo este significado podemos darnos cuenta de que, en realidad, así es como se resume en pocas palabras la diferencia entre la paciencia y la impaciencia. Es decir, no importa lo que hagamos, hay ocasiones en la vida en las que la única posibilidad que tenemos es esperar. Y es entonces que se vuelve evidente que la diferencia entre ser pacientes o impacientes no radica en lo que hacemos, ya que en ambos casos aguardamos la llegada de algo. La verdadera diferencia está en el cómo lo hacemos: impacientes (con ansiedad y desesperación) o, como el diccionario define a la paciencia, con calma y tranquilidad.
¿Y qué es lo que define cómo reaccionaremos ante la incertidumbre de una espera? Básicamente, nuestra capacidad de aceptar aquello que no podemos controlar y hacer algo respecto a lo que sí. En este caso, se trata de aceptar la espera que aparezca ante nosotros (en aquellos casos que sabemos que no hay nada que podamos hacer) y encargarnos de poner en marcha nuestra voluntad para cambiar lo que sí está en nuestro control y que es, en palabras de Víctor Frankl, nuestra más grande libertad: nuestra actitud ante las circunstancias. Es decir, aunque en ocasiones pareciera que la única opción que nos queda es esperar, la realidad es que aún nos queda aún un mundo de posibilidades respecto al CÓMO esperar. En cualquier caso el tiempo de espera será el mismo y el evento que deseemos que ocurra ocurrirá eventualmente. Por ejemplo, algún día saldremos del confinamiento (sí, se los prometo) y el tiempo que habrá pasado hasta entonces será el mismo para todos. Sin embargo, no importa quiénes seamos o qué hayamos hecho hasta ahora, aún hoy (y hasta que acabe el confinamiento) todos tenemos la libertad de decidir si desperdiciar nuestro tiempo en casa viendo una serie tras otra comiendo comida poco saludable o aprovechar la oportunidad de un encierro casi obligatorio para empezar a hacer ejercicio, comer sanamente o aprender cosas nuevas.
La única diferencia entre ser pacientes e impacientes reside en la actitud que deseemos adoptar ante cualquier incertidumbre que la vida lance en nuestra dirección. Después de todo, la práctica de la paciencia no sólo es útil para amenizar las inevitables esperas de larga duración, sino también para hacer más llevadera cualquier situación difícil que surja ante nosotros –en especial aquellas de corta duración que, irónicamente, pudieran llegar a parecer eternas–.
¡Espero hayan disfrutado de este escrito tanto o más de lo que yo disfruté escribiendo! Para finalizar, me gustaría invitarlos a que nos compartieran en los comentarios de abajo sus perspectivas sobre la paciencia, qué efectos ha tenido sobre ustedes el ser o no pacientes y si les gustaría que escribiera un blog sobre algún tema en particular.¡Oh! Y siempre recuerden que nada ni nadie puede arrebatarnos nuestra más grande libertad: nuestra actitud hacia la vida.
Enviar WhatsApp