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La verdad es que… tuve suerte

Hace unos días me enteré de una de las mejores noticias que he recibido en toda mi vida: me quedé en la carrera de médico cirujano en la Facultad de Medicina de la UNAM. Fui uno de los afortunados que lograron obtener un lugar en una de las universidades más competidas de todo el país, ¡no lo podía creer! Incluso días después aún sigo asimilándolo. ¡Vaya que fue un gran logro! (y uno difícil de conseguir si les soy honesto). Por supuesto mi familia y mis amigos me felicitaron sobremanera y pude notar la cara de alivio de muchos de ellos al verme por fin empezar a agarrar camino hacia una vida provechosa y de ayuda para los demás. Sin embargo, fue cuando una amiga me dijo “Estás cañón amigo” que me di cuenta de una cosa que, como alguien que en un tiempo fue sumamente racional y escéptico y en otro un fiero defensor de la positividad exterminadora, rara vez me había pasado por la cabeza: había tenido suerte.

Sí, es cierto que pasé meses estudiando día y noche todas las guías que pude encontrar sobre el examen de la UNAM. Es cierto que, en mi experiencia, el sistema para entrar por concurso de selección es lo suficientemente metódico y cuidadoso como para que las probabilidades de una equivocación caigan casi en la imposibilidad. Y también es cierto que, a grandes rasgos, podría parecer que estos dos factores (mi capacidad de estudio y la impecabilidad del proceso) eran los único necesarios para que yo fuera aceptado. Sin embargo, la realidad es que estos dos puntos son sólo el final de una lista de otros millones de factores que tuvieron que ocurrir de una determinada manera para que lograra finalmente mi objetivo. 

Para empezar, tuve la suerte de que mis padres se conocieran y lograran concebirme (sobre todo por el hecho de que los doctores le habían dicho a mi mamá que no podía tener hijos). Luego tuve la suerte de que tanto mi familia como las escuelas a las que asistí fomentaran mis fortalezas (en especial las intelectuales). Luego tuve la suerte de que mi padre fuera médico y pudiera platicarme de primera mano lo que significa ser un profesional de la salud y eso me motivara lo suficiente como para estar dispuesto a esforzarme al máximo para entrar a la carrera. Y estos tres ejemplos son solo la punta del iceberg respecto a todas las circunstancias que ocurrieron a lo largo de toda mi vida para que yo pudiera estar hoy contándoles de todo esto.

Sin embargo, no me malentiendan, lo que yo llamo suerte lo veo solo como el hecho de que existen tantísimas variables en el universo que poder predecir o seguirlas todas a la vez es casi imposible y, por lo tanto, sus interacciones resultan prácticamente aleatorias. Además, para nosotros los humanos no nos es posible aislarnos completamente del resto del universo porque necesitamos de esa interacción con el entorno para, por lo menos, sobrevivir. Por otro lado, a pesar de nuestra escala a comparación del universo, nuestras acciones y decisiones siguen teniendo efectos en la dinámica de nuestro entorno porque, de alguna manera, somos parte de él y por lo tanto, influenciamos de una u otra manera el resultado final de dicha dinámica. En el caso de mi examen, si yo no hubiera decidido estudiar cada día, ir a presentarlo y estar pendiente de todas las fechas importantes, tampoco hubiera logrado mi objetivo.

“¿Entonces nuestro destino depende de la suerte completamente o está en su totalidad en nuestras manos?” En mi experiencia y en la de los resultados de las investigaciones del profesor Richard Wiseman, la respuesta yace entre ambos extremos. Por un lado, como dije antes, hay muchos factores en nuestro entorno que no podemos controlar y que de igual manera tendrán algún efecto en las cosas que logremos hacer. Pero por otro lado nuestra voluntad, actitud y esfuerzo pueden girar la balanza en nuestro favor y aumentar exponencialmente nuestras posibilidades de éxito. Después de todo, hasta para ganarnos la lotería tenemos que pararnos a comprar el boleto.

¿Y por qué decidí compartirles todo esto? Honestamente… porque yo en algún tiempo fui muy arrogante y creía que las personas que eran pobres o “fracasadas” lo eran porque no tenían la voluntad suficiente para superarse o de plano eran flojas y quienes eran exitosas se debía simplemente a que lo merecían porque se habían esforzado lo suficiente. Y aunque hay muchos casos en los que estas creencias son ciertas, hay muchos otros en los que la realidad es todo lo contrario. Por ello, los invito a reflexionar particularmente en dos premisas: 

  1. Hay gente que ha tenido la “mala suerte” de nacer o tener que pasar por condiciones realmente desfavorables como de hambruna, guerra, violencia extrema, etc. Y quizá no sea estrictamente nuestra obligación ayudarles pero… quizá lo mejor que podemos hacer quienes que nacimos en condiciones más favorables sea echarles una mano humanitaria a aquellas que no corrieron con la misma fortuna.
  2. Recuerda que a veces, por más que nos esforcemos, los resultados que buscamos no llegarán como los queremos o cuando los queremos. ¡Pero no es tu culpa! Hay millones de circunstancias que, literalmente, se encuentran totalmente fuera de tu control. Así que no desesperes, sé paciente, sigue intentándolo hasta donde te sea posible y mantén la mejor actitud que nazca de ti. Después de todo, como he dicho en numerosas publicaciones anteriores y en palabras del célebre escritor Victor Frankl: «La última de las libertades humanas es elegir la actitud de uno mismo en cualquier circunstancia».

¡Espero hayan disfrutado de este blog tanto o más de lo que yo disfruté al escribirlo! Recuerden dejar su comentario en la parte de abajo y compartirlo si creen que esta información podría ayudarle a alguien más.

Yves Miguel Silva González
Yves Miguel Silva González
Un joven que cree que la vida puede ser maravillosa si nos atrevemos a tomar la responsabilidad de nuestro ser a través de nuestra mente, cuerpo y emociones.
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