Cuando iba en sexto de primaria mis amigos me invitaron a una tardeada. Mi ansiedad surcó los cielos. Durante una semana me la pasé preocupado por un sin fin de escenarios catastróficos que podrían pasar si tomaba la decisión de ir: se burlarían de mí porque era gordito, haría el ridículo con mi poca habilidad para bailar o podríamos terminar peleándonos con otros niños, lo cual, significaría que se darían cuenta lo débil y miedoso que era. Cuando por fin faltaba un día para la tardeada, decidí no asistir, pero para no aceptar mis miedos se me ocurrió pedirle a mi mamá que dijera que no era posible. “Mi mamá no me dio permiso” me quitaría de encima el lidiar con las críticas por no querer ir. “Yo sí te doy permiso, así que no podrás usarme de pretexto. Es más, ¿por qué no vas? Ya verás que te divertirás mucho”. Me dijo mi mamá. En ese momento la vi como una alienígena porque, en general, yo sabía que los papeles solían ser al revés: el hijo quiere ir con sus amigos pero su mamá no lo deja. En mi caso, ¡hasta mi mamá me incitaba a ir con ellos! Para no hacerles el cuento largo, finalmente decidí sí ir y al día de hoy le estoy muy agradecido por haberme insististido a asistir a esa tardeada por dos razones: la primera es que, como ella lo predestinó, me divertí muchísimo; y la segunda es que me enseñó una valiosísima lección: a veces nos perdemos de grandes oportunidades sólo por miedo a algunos escenarios desagradables que, usualmente, son los que menos probabilidades tienen de ocurrir.
¿Alguna vez te ha pasado esto? Si tu respuesta es afirmativa, creo que no somos los únicos. La mayoría de personas que han hecho grandes avances en sus respectivos campos han pasado por este tipo momentos en los que deben decidir si seguir por un nuevo camino o quedarse en donde están (y son usualmente este tipo de encrucijadas las que terminan poniéndolos en el mapa). ¡Es más, como humanidad lo hemos hecho más de una vez!: cuando descubrimos la agricultura y decidimos que era una mejor idea que seguir siendo cazadores nómadas, cuando se instauró la democracia por primera vez en Grecia, cuando los europeos decidieron aventurarse a las Américas y un sin fin de ejemplos más. Y quizá ahora vemos todas estas elecciones como la cosa más natural del mundo pero, en su momento, el futuro era sumamente incierto y por esa razón se requirió de mucho valor y de mucha voluntad para volverlas realidad.
Por supuesto, no todo es color de rosa: así como hay historias de éxito ante la incertidumbre, también las hay de fracaso: como las expediciones españolas a Colombia para descubrir El Dorado que acabaron en desastre; o algunas de las misiones espaciales fallidas que han ocurrido a lo largo de los años por parte de diversas agencias espaciales. Entonces, ¿cómo podemos saber que estamos tomando la mejor decisión antes de tomarla? La verdad es que… hay tantas variables interactuando continuamente en la existencia que saberlo con certeza es imposible…
¿O realmente lo es? Saber algo a futuro con certeza total sí que es imposible, pero calcular las probabilidades de que algo resulte de una manera determinada en realidad no. Por ejemplo, todos sabemos que si dejamos caer algo aquí en la tierra, es casi seguro que terminará acelerándose hacia el suelo. Y esto lo sabemos porque lo hemos visto suceder una y otra vez en el pasado. Es decir, podemos usar información tanto del pasado como del presente para pronosticar (calcular las probabilidades) de que algo determinado pueda o no ocurrir.
Debido a esto, las mejores decisiones siempre serán las decisiones informadas. Es decir, aquellas que se basan en tanta información como sea posible recabar sobre el tema antes de que sean ejecutadas. Es como en un examen: usualmente no puedes saber ni decidir qué preguntas o pruebas van a venir, pero lo que sí puedes hacer es estudiar y, entre mejor estudies, mucho mejores serán tus probabilidades de salir bien. Dicho de otra forma: prepárate tanto como sea posible antes de tomar una decisión (incluso hasta donde sea práctico en las pequeñas), tanto en conocimientos como en habilidades si es necesario. ¿Estás pensando comprar una nueva casa? Aprende del negocio de bienes raíces en el área que quieras comprar y asesórate bien. ¿Viste un nuevo producto a la venta que te gustó? Investiga preguntándote a ti mism@ qué tanto lo necesitas. ¿Estás pensando en salir sin cubrebocas de casa? Busca en internet el estado infeccioso de tu comunidad, los estudios sobre su eficacia y las posibles consecuencias de no usarlo. Te aseguro que no dudarás salir con él si es necesario. Lo importante es que aprendamos a tomar decisiones tan precedidas de información como nos sea práctico y posible.
Y… ¿cómo sabremos que estamos preparados para tomar una buena decisión? La mejor respuesta que he encontrado a esta pregunta fue en la película “Spider-Man: un nuevo universo” cuando Miles Morales le hace la misma pregunta a Peter Parker y éste le contesta: “No lo sabrás, es un salto de fe. Sólo es eso Miles, es un salto de fe”. Por eso es importante aprender a reconocer lo que está en nuestro control y lo que no. Hemos de prepararnos para tomar la mejor decisión posible pero, si nos quedamos en la preparación, también se nos irán eventualmente las oportunidades. Así como casi se me va a mí la oportunidad de ir a una tardeada sumamente divertida.
Finalmente, los invito a informarse y prepararse tanto como les sea práctico y posible antes de tomar cualquier decisión. Pero tampoco cometan el error de estancarse allí. Atrévanse a dar un salto de fe y quizá en uno de ellos lleguen a encontrar la posibilidad de cambiar no solo su vida, sino la del mundo entero.
Enviar WhatsApp