Hubo una época en mi vida en la que estuve muy metido en grupos de productividad “radicales”. Con radicales quiero decir que, según ellos, si no estás ganando dinero o haciendo algo sumamente grande para cambiar al mundo, no eres valioso. Una de las frases que más usan es: “No es tiempo para dormir, dormiré cuando me muera”. No les voy a mentir, mientras estuve con ellos dormía entre 4 y 5 horas diarias. ¿En qué ocupaba las 20 horas en las que estaba despierto? Me la pasaba leyendo libros para ser “exitoso” y tomando todos los cursos que te puedas imaginar. Por un tiempo llegué a creer que esa era la única forma de llegar a ser alguien en la vida, hasta que un día (un día que ahora agradezco) empezaron las súper-migrañas.
Desde que era pequeño he sufrido migrañas ocasionales hasta cierto punto aguantables. Sin embargo, más o menos una vez al año me daban episodios particularmente fuertes a los que decidí nombrar “súper-migrañas”. Eran terribles porque traían consigo un dolor muy fuerte, literalmente sentía que me iba a explotar la cabeza. Y en más de una ocasión asusté tanto a mis papás que terminamos en la sala de urgencias.
Regresando a la historia inicial, la diferencia fue que cuando las súper-migrañas decidieron hacer su aparición en mi vida de productividad radical, ya no les gustó la idea de aparecer sólo una vez al año, sino que les apeteció pasarse por mi cabeza ¡una vez a la semana! (y a veces hasta dos o tres veces por semana). Al principio no les di importancia y creí que eventualmente se irían, pero estaba equivocado, muy equivocado. Las migrañas no se fueron y, de hecho, lo único que hicieron fue aumentar. En su momento, hasta llegué a pensar que simplemente eran un mal necesario. Así fue hasta que, un día especialmente relajado, me dio una migraña tan pero tan fuerte que llegué a creer que el dolor sólo podía deberse a que estaba teniendo algún tipo de derrame cerebral o algo por el estilo. Afortunadamente, me fui a acostar y me quedé profundamente dormido por 11 horas completas. A la mañana siguiente la migraña se había ido de mi cabeza y con ella las ideas que la habían ocasionado. A partir de entonces supe que dormir era sumamente importante no sólo para una vida más productiva, sino también (y mucho más importante) para una vida más sana y plena.
Después de esta experiencia me puse a investigar al respecto y encontré que el sueño no sólo es para descansar. Durante el tiempo que estamos dormidos se reparan los tejidos dañados en todo el cuerpo (desde la piel hasta los huesos), también se asimilan los recuerdos y las enseñanzas del día, también el cuerpo aprovecha esos momentos para deshacerse de los desechos químicos producidos en el cerebro a lo largo del día, para reforzar el sistema inmunológico, para liberar hormonas especialmente importantes para la regulación emocional y el desarrollo fisiológico y, seguramente, el sueño también contribuye a una serie de funciones que aún hemos descubierto.
Teniendo esto en cuenta ¿qué podemos hacer para mejorar nuestro sueño? Primero, tomar en cuenta el tiempo. En este sentido, la recomendación de la OMS varía con la edad, pero el rango de 7 a 9 horas diarias es una buena estimación general. Por otro lado, debemos cuidar la calidad de esas horas. Estas medidas pueden ayudar enormemente:
Los invito a probar alguno de estos consejos y a tomar la iniciativa de mejorar sus hábitos de sueño, ya que esta es una parte de nuestras vidas que solemos subestimar, pero que suele ser una de las fuentes más grandes de irritabilidad, cansancio y, por tanto, infelicidad. Les prometo que, si no lo están haciendo ya, empezar a dormir mejor les cambiará la vida, los volverá más productivos (de forma sana) y, por supuesto, mucho más felices.
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