Hace poco fue la última clase de la Novena Generación del Diplomado de Gestión de la Felicidad (de la cual yo formaba parte) y a pesar de que debido a la pandemia no hubo mucha oportunidad de que pudiéramos convivir en persona, esa satisfacción de pertenecer a un grupo que comparte ideas y metas muy similares a las propias estuvo ahí desde un principio. Por ello, he de reconocer que ya en las últimas reuniones y asesorías personalizadas con Les (¡uno de los mejores aspectos del diplomado!) empezaba a percibir en mí esa nostalgia que nace cuando sé que algo se encuentra próximo a su fin y una parte de mí no quería aceptarlo porque ya la había sentido antes y no la había disfrutado. Como en sexto de primaria cuando tuve que despedirme de quienes habían sido mis amigos por seis años seguidos o el día que terminé un ciclo de trabajo en el exranjero y tuve que despedirme de compañeros que se habían vuelto como mi familia en tierras extrañas. Sin embargo, mi perspectiva respecto a los fines de ciclo (de cualquier ciclo) cambiaron hace unos meses después de una clase sobre muerte y duelo presentada por mi papá (ya que él es tanatólogo).
Durante su presentación, mi papá explicaba que el concepto de muerte o pérdida no sólo aplica para los seres vivos, sino que también puede aplicarse a algunos objetos con algún significado especial, como un peluche o una casa, o hasta aspectos inmateriales de la vida, como cuando se termina una relación amorosa… o un diplomado. Después, procedió a compartir con nosotros el concepto de duelo y cito: “es el proceso mediante el cual la persona afectada comprende profundamente que no necesita a la persona, objeto o situación perdida”. Luego expuso que la psiquiatra suizo-estadounidense Elisabeth Kübler-Ross, fundadora de la tanatología, distingue cinco etapas del duelo en su libro “Sobre la muerte y el morir”: negación, ira, negociación, depresión y aceptación (y que aunque este orden es el que se suele observar comúnmente, estas etapas pueden sucederse en cualquier orden posible). Al final, mi papá nos aclaró que lo mejor que podemos hacer al pasar por el fin de un proceso o una pérdida es aceptar el proceso de duelo voluntariamente lo antes posible con todas sus etapas porque, queramos o no, llegará tarde o temprano y podrá durar desde algunos minutos hasta décadas completas.
Tiempo después de esta clase, decidí recordar y estudiar todas aquellas situaciones en las que había perdido algo o alguien muy valioso para mí y corroboré que, en efecto, en cada una de ellas había pasado por las cinco etapas que había explicado mi papá. Además, al final de todas ellas había terminado por aceptar que podía seguir viviendo sin aquello que se había ido. Quizá mi estilo de vida cambió después de algunas de ellas pero aún luego de algunas rupturas amorosas, yo podía seguir comiendo y respirando, que es lo que realmente necesitamos para vivir, aunque algunas canciones “románticas” nos digan lo contrario (¡no les crean!).
Además, el concepto de duelo también sirve como antídoto ante la cada vez más frecuente cultura de lo que en el Instituto llamamos “positividad exterminadora”, que es la idea de que lo único necesario para resolver los problemas del mundo es tener una actitud positiva. Y por supuesto que ayuda, ¡y muchísimo!, pero siendo realistas no es lo único que se necesita y en un tema tan delicado como es la muerte (como sinónimo de pérdida), es importante reconocer que algunas emociones negativas como la ira o la tristeza son parte esencial del proceso para eventualmente llegar a la aceptación y poder superar cualquiera de este tipo de situaciones de la manera más saludable posible. Y me gustaría hacer la observación de que este proceso es igual de importante para aquellos niños que han perdido un juguete o un peluche, ya que en su mente estos objetos tiene un papel emocional tan o hasta más importante que una persona de carne y hueso. Por ello, es importante permitirles vivir su duelo y no tratar de desestimar su sufrimiento diciéndoles que lo que han perdido sólo era un objeto o que se puede reemplazar, ya que eso sólo coarta su proceso y podría volverlo incluso aún más doloroso para ellos.
Finalmente, la idea central que les quiero compartir es que está bien sentirse mal, tristes o hasta enojados ante el final de un ciclo, ante el final de una relación, ante la muerte de un ser querido o hasta ante la pérdida de un objeto material. El proceso de duelo es completamente natural y lo mejor que podemos hacer es aceptar y fluir con él para que sea lo menos doloroso posible. Permítanse sentir y sólo traten de no dejarse llevar demasiado por el dolor hasta el punto de poder hacerse daño a ustedes o a alguien más. Y si en algún momento alguna de estas situaciones llega a parecer inaguantable o sumamente abrumadora, no duden ni tengan miedo en buscar ayuda, ya sea entre sus seres queridos o, preferentemente, con un profesional, ya sea un@ psicólog@ o un@ tanatólog@, quienes siempre tendrán las mejores herramientas para guiarlos en su proceso de la mejor manera posible.
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